Siempre habrá lugar para el caos


1.
mi locura

la audiencia toma su lugar

me desconozco y por eso me condeno. entre mis dos gatos, uno gris y otro negro, encuentro mis miedos. cada ciertos meses me refugio en las sábanas de mi cama, inhábil, y busco la luz. cuando no puedo pararme, cuando no puedo hacer más, la veo caer, suave y cálida. es frágil, como mi mente. frágil, como la obsesión. cuando recorro los cuerpos de todos los hombres que visitan mi habitación con la punta de mis dedos. delicada, como los primeros besos donde los labios se tocan y parecen algodón. quieta, como mi respiración cuando nos vemos a los ojos y así sin más que decir, de la obsesión viene la compulsión. me perturba, por ella no me reconozco; en estos brazos, en el tinte de mi cabello, en las marcas que lacero con crayones sobre mi piel. el amor, cuando lo encuentro, siempre ansío perderlo. por las noches me corrompo, de mis pensamientos yace el sexo y me pregunto, ¿puedo morderte? ¿tengo permiso de lamer tu cuerpo? nadar en el sudor que se derrite sobre el pliegue de tu piel y ahogarme entre tu ingle y tu trasero.

deslizo mi lengua siseante y lo veo a los ojos antes de atacar. después muerdo. al principio está el éxtasis, el momento en que dejo de sentirme por la advertencia de un cuerpo que ya no es ajeno. primero me fijo en su quijada, la que conecta con su hombro y forma una resbaladilla de piel que también beso. al contacto de mis labios, me dice, dentro de él emergen rosas. bajo por su brazo encontrando su bíceps, lo lamo, salivando impregno mi amor en los delgados vellos de su piel. cruzo hacia su pecho, estructurado, como una figura egipcia, donde se hospedan sus pezones. los circulo con la punta de mi lengua, sintiendo como los poros se endurecen al tacto, y mi falo. me imagino un campo, vasto de tulipanes. se vuelve realidad y tanto el césped como el cielo, donde hay un dios en el que no sé si creo, nos volvemos nosotros. no existe nadie más en este universo que no para de expandirse, como cuando la sangre se acumula en mi pene y lo hace crecer; donde la explosión de una estrella, que forma un sol, es mi eyaculación y él es mis venas.

el tiempo para, lo detiene mi padre en un traslado en auto. no los llamo paseos desde aquella noche. siempre cargan consigo un tumulto de incertidumbre, batida en el sudor que se deja ver en el volante al levantar sus palmas para girar. aún recuerdo sus gritos: a mi madre, a mis hermanos, a mí. de pronto hay tacto en mis heridas como lo hay en las pinturas de Jesús. en la feria de la iglesia pasaba horas sentado, tratando de ayudar a mis padres sacando pequeñas botellas de refresco de las hieleras. no podía disfrutar de los juegos mecánicos y mis manos terminaban gélidas después de unos segundos dentro de tanto hielo. ante la insistencia, mi padre me llevó a casa. el camino agonizado por gritos. mis manos entre mis piernas y mi mirada baja, lo único que podía pedir era perdón. la noche terminó en mi cuarto, como en las pinturas de Caravaggio, pintado de amarillo. detrás de sus anteojos, sus pupilas pedían redención; entre sus brazos me sostuvo y en un abrazo se lamentó: ¿sería esto un reflejo de las quemaduras que su padre marcó en su alma? ¿sería esta su contradicción de que el daño no nos empuja a resbalarnos? los gritos a mi madre por celos, los empujones a mi hermano por abandono, por rebeldía; y a mí, por vulnerable. 

se abre el telón, los sonidos son distantes y se distorsionan con cada estallido en mi cabeza. en el público están mis padres, mis hermanos, todas las personas a quienes apunté, mis doctores y aquellos quienes se fueron porque de alguna forma sofoqué. arrugo mis cejas, una luz me apunta y exige que el centro de atención sea yo. pero siempre lo he sido; es así como destruyo al tratar de unir. me vuelvo un hilo tan delgado e inservible que ninguna aguja logra coser; no logro coser. cumplir mi función. fungir, fungus. así es como me veo, como un hongo que se formó en los bordes de un espejo por tanta humedad. así es como me observo cuando no cubro mis genitales por vergüenza, cuando veo que mi dolor persiste y no me deja vivir. devoro a los demás para sobrevivir, sin ellos no existo. ¿existo sin ti? me dices que te he vuelto miserable, así como volví miserable a quienes estuvieron antes de ti. te respondo que quiero consumir al mundo antes de consumirte. “no te celebras, no te agradeces, tú mismo te castras”. entrecierro los ojos y veo a mi terapeuta en el público; tomo aire y le pregunto: ¿realmente, algún día, podré ser feliz?

mi mamá encima de un aparato que supone la ayuda a adelgazar, la curva del vivero que me vio, durante varias navidades, pasar a casa de mis abuelos. debajo del techo, un foco descubierto que solo alberga palomillas, las sobras de las mariposas; mi hermano de en medio, a quien siempre ignoraron. jugamos dando vueltas a que un lobo nos comerá, ¿lobo, lobito, estás ahí? a la cuenta de tres desaparezco, y desde entonces todo es una repetición. el vacío, la creatividad anclada solo a lo que podría ser, los días en cama esperando una fantasía que solo proviene de la adicción a vidas ajenas. un juego de escondidas donde me oculto del amor que me vuelve mísero, del cariño que me repugna, como el trabalenguas que aprendí de pequeño y que ahora vuelvo realidad. quien me ama no lo amo, a quien amo nunca quiero. como magia desaparezco a las personas, se vuelven un martirio. las voces dentro y fuera de mí. soy lo suficientemente egoísta para creer que mi penumbra es más valiosa que la vida y palabras de otras personas. cruzo las piernas en mi cama, el día se acaba.

las luces se apagan, se vuelven a encender

los aplausos solo vienen con un final que lo merece, por lo regular un desenlace que aturde a la audiencia, o el respiro que tanto buscan. en el escenario, voy sentado en un bote que dentro del mar se hundiría. remo con las manos. mis palmas tocan la duela y empujan, el bote gira de un lado a otro dentro de un mismo eje, formando un círculo. pienso que al crecer radica la idea de reinventarnos, sacar del bolsillo un pañuelo añejo para curar las heridas que nos hemos causado. tardamos años en darnos cuenta de que nuestras raíces no son tan fuertes como creíamos, lo que nos sostiene no lo hará por siempre. intelectualizo mis patrones y paso dos semanas en cama. escribo que no existe felicidad alguna. me contradice la sonrisa que se forma en los bordes de mis labios y me muestra lo que a primera vista no puedo ver: un cuento de hadas donde el césped tiene voz y me tienta hacia a un campo para darme cuenta de que los tulipanes, a veces, tienen colmillos.

¿cómo describo mi locura en palabras? la frustración por crear mundos internos mientras la vida me ata de manos y me penetra. su mano en mi nuca, una sábana azul por debajo. en cuclillas, mi cuerpo se mece, aparentando ser una puerta que no termina por cerrarse. entre cada rechinido, durante la breve pausa que existe antes de un golpe, se escucha el dolor. lo único que veo son mis palmas, que son como las flores que mi abuela regaba por la tarde. hablando les daba vida, les contaba aquello que solo pudo ser una fantasía. entiendo que no me logro digerir, me disgusta la idea del monosílabo. en mi libreta formo los pétalos y repaso los trazos ya marcados en mi memoria. 

un pétalo entre mis dedos y después entre tus costillas. te levanto hacia mí y te cargo con el miedo de quien estuvo antes de ti. me repites que no lo tenga. lo único que te sujeta es mi amor y no lo puedo jurar eterno. por eso es que aún no te veo a los ojos, lo hago solo cuando los mantienes cerrados. mis abrazos tiemblan por pensar en que serán robados. antes de ti, mi amor tenía pautas establecidas por los demás. límites que lo condenaban a la fantasía de un matrimonio. encadenar a alguien para embrujar lo imaginario, la forma más ilusa de concluir un amor. 

como un himno a una patria que no venero, todas las noches le pedía a dios perdón por mis pecados, después de dar las gracias por todo aquello que sí tenía. un agradecimiento forzado. no fue hace mucho que soñé con el fin del mundo, después de haber pasado la noche anterior pensando en la exigencia del día a día. las palabras me aturden, como el sonido de una cascada al golpear el agua, o el lamento de un ciervo al ser atropellado. de frente, le reclamo a dios que solo así me enseñó a sostenerme. hago carnal lo intangible, la frustración del existir. mi mundo se derrumba cuando me alzas la voz y me haces ver mi error. no puedo ser la víctima cuando la eres tú. mi toxicidad al frente, desmembrando un cuerpo y llorando mientras lo hago. destruyendo la belleza y al mismo tiempo exigiendo la eternidad.

tal vez soy solo eso, a decir verdad, me preocupa solo poder ser esto. una pesadilla que se arrastra, con sus dos piernas, raspando el suelo, ensuciándose 

mientras avanza, y junto a ellas la adicción. un cuerpo de ansiolíticos y antidepresivos. la palidez de un vampiro con la vida, sin vida, en sus manos. mi ingrata necesidad de arrancarme la dentadura cada vez que las cosas no salen como debían.

la audiencia se va


2.

mi desdén

me sumergía en el agua y contenía la respiración. por unos cuantos minutos, el silencio me mostraba todo aquello que no podía ver. lo profundo y el frío envolvían mi cuerpo como lo hacían tus palabras cuando mencionaba lo vulnerable que me sentía y de frente me decías que mi fragilidad, consciente, era mi mayor fortaleza. ahí, en ese mutismo, recordé que no pertenezco a las personas. mi lugar es en lo inaudito, lo sombrío, lo inexistente y lo que se cuestiona entre líneas; mi tiempo es la duda. ninguna fruta podría aligerar mi carga o el flujo de mi estómago. a veces soy invisible y aprendo de la interacción humana a través de paredes que atravieso sin permiso. antes de ti, sabía del amor como lo poco que sé del vino. existía de boca en boca sin distinguir el sabor. al principio, tomaba sorbos pequeños; tan solo mis labios percibían el sabor; a veces, los tragos eran tan grandes que evitaba que el sabor se absorbiera dentro y por debajo de mi lengua.

como dos fantasmas, cubrimos nuestros cuerpos con sábanas y fingimos no existir. por tres horas más que yo, rodeas mi cuerpo y produces calor. sostengo tu brazo con ambas manos y lo envuelvo alrededor de mi cuello. como arcilla, acaricio tu brazo con mi mano y repaso cada uno de tus vellos, zurco tus tatuajes. el tiempo pasa mientras beso tu mano, esta noche eres mi deidad. es así como trato de infiltrarme en el presente, aquí, ahora, contigo. pero mi cuerpo nunca está aquí, ni siquiera sé si alguna vez lo ha estado. al palpar mis dedos se tocan pero no los siento ¿cómo es que te siento a ti? 

nadie nunca había mencionado la idea de envejecer junto a mí. seré franco: llegar a ti fue como una travesía en velero, sin mapa alguno, derramando amor en lugares equívocos. las palabras no producían ningún sonido bajo el agua. como eco, rebotaban en paredes que prohibían mi entrada. las cuatro letras que cautivan un juramento, las mismas que deconstruyen un alma para así entregarla al prójimo, se volvieron una clase de suplicio. me encogí a la espera de recibir algún tipo de afecto y, sin recibir nada, me ahogué. fue así como mis problemas se volvieron un respiro, y las explicaciones, un fusil. 

me cansé de hablar sobre mí. la repetición me deja exhausto. un estramonio germina en mi cabeza y, aunque cree belleza a raíz del desastre, solo veo mi vida como una catástrofe. un legado perdido, un camino que recorre todo lo que fui y que tampoco me permito ser. tal vez por eso me cuesta hablar de amor. tras un suspiro, recargo el lado derecho de mi cabeza en tu hombro, que está cubierto por una gabardina verde. olfateo el olor de tu cuello. me percato de los destellos de luz que atraviesan mi cuerpo. te señalan a ti, que has estado a mi lado aun cuando te he ensombrecido. mis palabras pueden llegar a ser púas y atarte a la pared. en mi cama, moldeas tu cuerpo al mío y dormido me sujetas. soy un depredador vestido de presa que siempre quiere escapar. conviertes el filo de un cuchillo en lo más suave de un algodón. tu respiración apacigua mi paso. te conviertes en el claro ejemplo de que un alma desbaratada puede sacar luz de esta penumbra.

a través de las persianas, el sol suaviza tu rostro. tu mirada comprende a la mía. reposo mi mano entre tu oreja y tu nariz. te acaricio con mi dedo pulgar. te doy las gracias. trazo besos con el cebo de tu piel por las mañanas. sonrío y delato mi fascinación por la forma en que conviertes lo mundano en algo más preciado. los domingos de mi infancia finalmente pierden protagonismo. el monstruo del que hablo desaparece entre nuestras piernas por debajo de estas sábanas blancas. fuera de ellas, el frío del invierno eleva el inmensurable dolor que recorre mi cuerpo. dentro, cuestionas lo finito y encuentro paz, flor de manzanilla. muerdo tus labios, succiono tu lengua. una isla, un volcán, el paraíso. nuestros pies entre la arena, las rocas y las aves que se alejan mar adentro. descubro mis secretos más íntimos, convertimos lo tenebroso en amor. tenerte es sentir el sol en la piel, recostado en una toalla en playas desconocidas y cuando el sol se esconde, mi fascinación es tu pecho donde descanso y por unos cuantos minutos, de alguna forma, el mundo cobra sentido.

es aquí cuando suspiro. estupideces. todo lo que dijiste tan solo fueron palabras que escupiste a lo estúpido. me cuestionas el futuro, las promesas y los lazos que se han tratado de formar. en paredes, escribes mi nombre como sinónimo de posesivo, obsesivo, posesivo, obsesivo, obsesivo, posesivo. me hiciste creer en cuentos de hadas que de pequeño nunca tragué. si tu pasado niega los finales felices no tienes por qué cuestionar mi esperanza en uno. el silencio es estremecedor y mis palabras se traban al escuchar al cajero que está a mi lado. me levanto de la mesa y te dejo solo en el restaurante. 



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